Amor testarudo

amor testarudoCarmen lleva cuatro años de novia con un hombre que además de mujeriego es irritable, celoso (el ladrón juzga por su condición), egocéntrico y demandante. No es el mejor novio que digamos, en realidad es una especie de depredador socialmente aceptado. Ella sufre casi todo el tiempo y solamente a veces parece disfrutar de su relación en paz, apenas instantes, entre sollozo y sollozo.

Siempre hay motivos para sentirse maltratada, ya sea por la angustia de perderlo o la incertidumbre que generan sus inexplicables ausencias.

Ella, mientras tanto, recoge pistas y persigue los rastros que él deja. La cosa ha avanzado tanto, que ya puede detectar el engaño antes de que ocurra, vive atrapada en la sospecha: la huele. Sin darse cuenta, Carmen ha quedado encerrada en su pequeño mundo de soledad afectiva. Últimamente, quizás para sublimar la frustración, se ha dedicado a aconsejar a otras mujeres sobre el "arte de amar".

La gente que la quiere, amigos, amigas, familiares y hasta una psicóloga experta en parejas, intentan por todos los medios que se libere de semejante encarte, pero desgraciadamente la cuestión se ha complicado. Carmen insiste en un argumento vital y difícil de rebatir, le cree al corazón: errores de la fe. Su razonamiento es tan irrevocable como absurdo: "¡Es que yo lo quiero!".

Yo respondo: "¡Y a mí qué me importa que lo ames, ese no es el problema!". Me gustaría decirle a Carmen que lo que está en discusión no es el amor que siente por su novio sino la conveniencia de la relación: "¡No importa que lo ames, lo que importa es saber si te conviene como persona!". "Conveniencia", quiere decir si le "viene bien" a tu cuerpo y a tu espíritu de mujer joven. ¿Quién dijo que el amor interpersonal necesariamente cura y sienta bien?

Le pregunto a Carmen si no siente que semejante ambigüedad la lleva a envejecer prematuramente (no parece de 20 sino de 28 y su rostro siempre se ve demacrado). Me pregunto hasta cuándo su organismo podrá resistir el impacto de la decepción.

El amor testarudo es un virus que nubla la razón y la subyuga. En estos casos, el cociente intelectual baja y el cuerpo se independiza de la mente, creando una curiosa forma de "retardo emocional".

Carmen no escucha razones, está enferma. No en el sentido del amor doliente del que hablaban los griegos (la divina locura teñida de gracia y manía), sino como degradación de la autoestima, de involución más que de ascenso. Aquí no crecen alas, sino raíces truculentas.

¿Y la solución? No se sabe. El pronóstico en estos casos suele ser reservado. Como en tantas otras adicciones, la cura podría estar en que Carmen toque fondo y entonces opere en ella un milagroso y contundente "darse cuenta", un estrellarse cognoscitivo con la realidad que no quiere ver.

Pero la duda terapéutica reside en que algunas personas no parecen tener fondo. En ciertos individuos, el límite donde comienza a vislumbrarse la verdad está tan lejos, que cuando se alcanza, ya es tarde.

Fuente : Internet

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