El derecho a la tristeza

la felicidadLos tristes han sido discriminados por la cultura de la felicidad. Es de mal gusto no sonreír o no mostrar algún indicio de alborozo. Si a un saludo normal: "¿Cómo estás?", la respuesta fuera: "Bastante triste", el receptor se sorprendería y trataría de buscar una explicación para semejante exabrupto: "¿Por qué, qué te ocurre?".

Y si el encuestado dijera algo así como: "No sé, a veces me pasa. Pero no me preocupa demasiado, he aprendido a sentirme así. Incluso le saco provecho, hay algo encantador en sentirse triste en un mundo donde todos viven apegados a la felicidad. Es como estar en una fiesta repleta de borrachos, donde eres el único abstemio", el interlocutor saldría despavorido.

Las personas introvertidas, existencialistas, con un dejo de tristeza filosófica, no son bien vistas. La felicidad se ha convertido en un indicador de éxito: la felicidad es poderosa y los poderosos son felices, al menos eso aparentan todo el tiempo.

No digo que haya que exaltar la enfermedad de la depresión, sino que la felicidad se ha vuelto una obligación moral y por lo tanto una carga difícil de soportar, que puede conducir a veces, paradójicamente, a la depresión. Estar triste es como ser gordo, tener la cara manchada o ser cojo; un defecto estético, casi un vicio, que merece intervención terapéutica o sanción normativa.

El deber de ser feliz, la necesidad de obtener la euforia perpetua, como dice Bruckner, nos arrastra irremediablemente a la culpa de no ser feliz. Los que no rebosan de alegría son sospechosos de estar aquejados de algún mal o de haber fracasado; salud, felicidad, mortificación: la trilogía de los bienaventurados.

La felicidad, como artículo de consumo, parte del concepto de autonomía. Es decir: "Puedes ser feliz, si tú quieres". No hay que esperar a morirse para obtener la gracia del éxtasis vía paraíso, ni tampoco hay que aguardar a que el progreso nos tienda la mano a través del confort: ni religión ni utopía, el futuro es hoy, la felicidad es "ya", de ti depende: esfuerzo, trabajo y voluntad. En todo caso, si no la obtienes, eres el único responsable: el pecado original ya no es irremediable, es provocado por el descuido del usuario: la sentencia del infeliz.

La felicidad requiere de cierta dosis de inconsciencia y bastante despreocupación. De otra manera se convertiría en un vía crucis lamentable.

Quizá la tristeza no plañidera sea aquel lugar donde podamos detenemos a soñar la felicidad, para luego degustarla en paz. Sin tanta alharaca.

Los sabios dicen que la felicidad se obtiene de manera indirecta, sin tácticas especiales, como un valor agregado que entra por la puerta de atrás, de manera inesperada y sin tanta bulla.

Fuente : Internet

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