Placer, deseo, temor

Placer, deseo, temor   El placer natural (lo que se conoce como principio del placer) asegura la supervivencia, es la fuerza que nos impele a actuar en un sentido adaptativo. Desde el punto de vista de la evolución, sería un absurdo considerar que hacer el amor, comer, dormir, beber, acurrucarse o mantenerse en actividad, sólo para dar algunos ejemplos, son hechos desagradables. Porque de ser así, la especie humana ya hubiera desaparecido. 

Y aunque en el hombre el placer se despliega o se expande hacia otro tipo de actividades no tan biológicas, el principio es el mismo: buscamos el placer porque va de la mano de la alegría, y ésta, a su vez, es la antesala de la felicidad que tanto añoramos. Somos hedonistas por naturaleza, así a los amigos del dolor les duela.

Pero la mente no se contenta con sentir en el aquí y el ahora, quiere más, necesita mantener el goce o saber hasta cuándo va a durar la dicha. La mente quiere enterarse si obtendrá el placer a futuro, si es posible repetir y cuántas veces, reincidir en la sensación placentera que desgraciadamente se agota y muere. El deseo es placer proyectado en el tiempo.

El deleite anticipado, o tratar de evitar el dolor por adelantado (que es otra forma de disfrute), mantiene en vilo a media humanidad. Si la experiencia es satisfactoria, el aparato cognitivo registra el hecho de manera sustancial, lo representa como una opción disponible, lo imagina, lo recrea, lo degusta hacia atrás, es decir, lo desea: volver a sentir, repaso, síntesis, remembranza prometida. Lo que fue y podría seguir siendo. El gerundio que determina la no resignación, la extrapolación del placer que se niega a morir.

Pero junto con el deseo, de manera inevitable, nacen la esperanza y el temor. Espinosa decía que eran inseparables: "No hay esperanza sin miedo, ni miedo sin esperanza". El que espera, añora, necesita, se ilusiona y teme no obtener lo que anhela (casi siempre, porque no hay certeza). El que teme se aferra a esperanza, la salvación o la solución. Buda fue claro, la sed del deseo lleva inevitablemente al sufrimiento. La sed. "El que es feliz, nada espera", dice Sponville.

¿Qué hacer entonces?, no somos Budas, en el mejor de los casos estamos más apagados que iluminados. ¿Negar el deseo de manera radical?: nadie que yo conozca es capaz de hacerlo (intentarlo, todos); obviamente, no. Desear nos mantiene vivos, es la esencia del ser humano dicen los filósofos. El hombre es un animal "deseante": como el amante que ama y el caminante que camina, el deseante, desea.

¿Desear?: si, pero sin la avidez del sediento. ¿Soñar?: si, pero estar dispuestos a despertar. ¿Ilusionarse?: si, pero relajadamente, ilusiones acompañadas de risas y sonrisas.

¿Resignación?: quizás, disfrutar cuando se pueda y aceptar la imposibilidad de repetir cuando no sea posible hacerlo. Desear hasta un punto, el del realismo o el de la inteligencia del buen perdedor.

Otra opción, más difícil aún que las anteriores: quedarse en el placer, matar el tiempo. Placer en reposo. Desear lo que tengo, o mejor, no desear, sino gozar. Revolcarme en el presente hasta reventar de dicha. Paz dichosa.

Fuente : Comentarios sobre el vivir 
 

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