La vida insiste

La vida insiste La caminata se volvió filosófica. ¿Hasta dónde está el ser humano dispuesto a llegar para prolongar su vida? Aborto, eutanasia, guerra, suicidio y cosas por el estilo, fueron los temas mientras subíamos hasta un alto para ver la panorámica del valle, la meta final del paseo. 

En la cima del monte nevado, la vida vegetal parecía imposible. A medida que uno trepaba, el verde quedaba asfixiado por el manto blanco de la nieve. "El frío desgarra la vida", me dijo un amigo. "El clima no perdona", dijo otro, mientras se acomodaba los guantes y organizaba la piel de su capucha.

El viento comenzaba a arreciar y la cordillera parecía un desierto congelado en el tiempo y el espacio. Una mujer se sumó al pesimismo: "No me imagino cómo hacen los esquimales para vivir, ¿se bañarán?". La amiga que iba a su lado sugirió que se lavaban con sus propios orines y alguien soltó una risotada.

El campo de esquí ya no se veía y la excursión ecológica comenzaba a tomar un matiz de aventura inesperada. El guía, como parte del reality show, dejó entrever un gesto de preocupación amañada, mientras los cerros solitarios se abrían majestuosos ante nosotros. Era como transitar por un enorme cementerio prehistórico de hielo y rocas, y no pude evitar pensar en un mamut.

La conclusión del grupo fue evidente: el calor era más amigable. Surgió el tema forzoso de la tragedia de los Andes y la antropofagia. Un señor de ascendencia austríaca sostuvo en su mal español que jamás practicaría el canibalismo y que preferiría morir de hambre antes que denigrar de la existencia humana.

Se me ocurrió mencionar a Espinosa: "Cada cosa se esfuerza cuanto está a su alcance por perseverar en su ser". Todos queremos potenciar nuestro ser, no sólo en lo biológico sino en lo que nos determina como humanos: algunos dicen que son los valores, otros la dignidad; en fin, "todo ser persevera en su ser", todos queremos conservarnos vivos y desarrollar nuestro potencial. Nadie sabe qué hará en una situación límite.

La soledad de los glaciales es similar a la del desierto. La sensación que despiertan ambas experiencias es la de estar inmersos en algo mucho más grande y trascendente. Se fluctúa entre el respeto y el miedo, o entre el asombro y la humildad obligada.

Dilemas éticos, opiniones en contra y a favor, vivir o no vivir, esa era la cuestión que animaba al grupo. Un joven dijo que la naturaleza era la que tenía la última palabra y generó más polémica. ¿Qué hay de Dios? ¿No somos mucho más que pura biología reconcentrada? ¿Acaso no somos la punta de lanza de la evolución? Después de todo, podemos elegir y esa libertad nos hace humanos. Y de ser así, ¿dónde quedaban entonces los designios de la madre tierra?

Estábamos en plena controversia "existencialista", cuando en la cima desolada e inhóspita, un pequeño y altivo ciprés, verde, vivo y rozagante, nos sorprendió a todos.

El valle se veía similar a una enorme arruga maltrecha. A lo lejos, la vegetación apenas podía divisarse como una mancha verdusca. Todos tocamos el pino como si quisiéramos asegurarnos de que no se trataba de una alucinación. De regreso, cuesta abajo, cuando es más fácil hablar, nadie abrió la boca.

Fuente : Internet