El gozo de Cristo llena mi corazón.

Cuando mi gozo emana del Cristo morador, es inmutable, consistente y está lleno de poder. El Cristo, el espíritu de Dios entronizado en mi corazón, me ofrece dicha eterna y profunda.

Mi júbilo irradia del centro de mi ser y resplandece con rayos de alegría. Las condiciones externas no pueden empañarlo porque proviene de Dios. Mantengo mi gozo activo al expresarlo y suscitar más de su esencia de Dios, la fuente de todo gozo. Permito que mi gozo brille en el mundo para bendecir a otros. El gozo del Cristo es mío ahora y siempre. No permito que ninguna apariencia o circunstancias lo aminore. Mi fe en el amor y la guía de mi Creador lo avivan por siempre.

Pero gracias a Dios, que en Cristo Jesús siempre nos hace salir triunfantes, y que por medio de nosotros manifiesta en todas partes el aroma de su conocimiento.—2 Corintios 2:14