Al escuchar al Universo, somos elevados a nuevas alturas de conciencia y comprensión.

El intelecto siempre está ocupado. Nuestra mente va de una cosa a otra, afanada con nuestra rutina diaria, con el fluir de información o con todo aquello que está sucediendo en nuestras vidas. Mas para lograr la comprensión divina, hemos de hacer a un lado nuestra mente ocupada y descansar un rato. Cuando nos sosegamos, podemos escuchar la voz del Universo, la voz de Dios.

Al orar, nuestro ser se armoniza con el espíritu de Dios. Cuando estamos atentos a la voz interna de lo Divino —expectativa y pacientemente— nuestras mentes y corazones son remontados a nuevas alturas de comprensión y conciencia. En el silencio de la oración, Dios nos susurra la Verdad.

Escúchame en silencio, y yo te enseñaré a ser sabio.—Job 33:33