10 de octubre del 2012 - Miércoles

Unidad

En el amor perfecto de Dios soy uno con el todo.

Si alguna vez me siento desvinculado de mis familiares, compañeros de trabajo o de mi comunidad, recuerdo que cualquier sentimiento de separación es una ilusión. En el amor perfecto de Dios, somos por siempre uno. El amor divino me permite ver más allá de las diferencias de opinión, religión, ideología política o cultura. El amor de Dios abre mis ojos a la unidad espiritual siempre presente. Al expresar Su amor en mis pensamientos, palabras y acciones, refuerzo la unidad subyacente y que vincula eternamente a todas las personas.

En oración, contemplo la Verdad de nuestra filiación divina. Al reconocer el amor de Dios en los demás y en mí, estoy consciente de nuestra unidad.

¡Qué bueno es, y qué agradable, que los hermanos convivan en armonía!—Salmo 133:1