La vida es un proceso perpetuo de dar y recibir. En cada momento en el que comparto tiempo, atención y amor, ondas de energía afectan positivamente el mundo a mi alrededor. Con esto en mente, elijo dar Presencia, no presentes.

Antes de entrar en el fluir del día, tomo un momento para centrar mi atención en la conciencia de la presencia crística en mí. Al respirar profundamente, enfoco mi atención y permito que ésta vaya de mi mente hacia mi corazón.

Expreso amor, gratitud, paz y gozo divinos, y tomo tiempo para atesorar cada uno de esos dones, compartiéndolos con quienes me encuentre. De este modo, avivo la luz crística en mí e ilumino el camino de otros.