Cuando perdono a los demás, estoy cuidando de mí amorosamente. Al perdonar, aligero mi carga emocional y desecho lo que no promueve mi bienestar. Mis sentimientos de dolor y rencor pueden ser válidos, pero aferrarme a ellos no me ayuda en absoluto.

Acumular resentimientos y rabia detiene el fluir saludable de mis emociones, igual que una barricada de hojas, palos y escombros estanca un río. No estar dispuesto a perdonar a otros o a mí mismo crea estancamiento y reprime cualquier sentimiento, incluyendo el gozo y la gratitud. Me sereno y dejo ir las heridas del pasado, remuevo todo impedimento y permito que mis emociones fluyan. Honro este proceso y tengo compasión por mí mismo. Renovado, continúo por mi camino de sanación.