La trampa de la prevención

La trampa de la prevención   La mayoría de nosotros, cuando nos sentimos en la mira de alguien malintencionado, desarrollamos una serie de mecanismos para defendernos: el periscopio de la mente se despliega a su máxima potencia, y entonces, prevenidamente, "evaluamos al evaluador" y "observamos al observador". Esta tendencia es universal y permite estar a la defensiva cuando el interlocutor es dudoso o potencialmente peligroso, aunque puede salirse de control. 

Por ejemplo, todos los humanos heredamos un módulo de procesamiento de la información, especializado en detectar expresiones de ira o antipatía en los demás (la naturaleza nos cuida de los bravos). Sin embargo, en las personas que sufren de fobia social o poca autoestima, este mecanismo de localización de enojo se hace exageradamente sensible e incapacitante: se generaliza hasta el extremo de ver amenaza por todas partes.

De manera similar, el miedo a dar una mala impresión nos vuelve hipersensibles a la desaprobación y nos hace generar todo tipo de anticipaciones catastróficas, relacionadas con el temible rechazo social: una mueca inesperada, cierta inflexión de voz, una risa "sospechosa" o alguna palabra inusual, pueden provocar la hecatombe en alguien inseguro.

Las personas que exageran esta manera de procesar la información desarrollan un estilo prevenido y desconfiado, que tarde o temprano, los introduce a una curiosa trampa: al estar excesivamente atentos a los rechazos, descubren más rechazos de lo normal: "El que busca, encuentra". Y como no podemos gustarle a todo el mundo, es apenas natural que la indagatoria se vea confirmada.

Recordemos que algunos de los más grandes personajes de la humanidad, como Jesús, Gandhi, Martin Luther King y Mandela, fueron y aún son rechazados por la mitad de la población mundial. La proposición es clara: hagamos lo que hagamos, siempre habrá personas que nos detesten, es inevitable.

Un señor que vivía con las antenas puestas, se había dedicado a contabilizar, literalmente, el número de "desaires" y "malas caras" que la gente le hacía, para demostrarme que él no estaba equivocado. Un día llegó con la prueba reina: "Mire doctor, aquí traigo el registro de los últimos dos fines de semana: veintidós rechazos manifiestos, más de sesenta miradas detestables, tres comentarios sobre mi apariencia... ¿Vio que yo estaba en lo cierto?...".

La trampa en la que había caído, y de la cual no se había dado cuenta, era que con su prevención extrema, él mismo generaba una actitud negativa en las personas que lo rodeaban. Cuando tomó consciencia del hecho y cambió su comportamiento de lucha/huida por uno de aproximación/amabilidad, la frecuencia de los supuestos rechazos bajó significativamente.

Moraleja: si soy prevenido, la gente reaccionará negativamente a mi prevención, esto aumentará mi recelo, lo que hará que la gente me rechace otra vez, disparando aún más mi suspicacia y prevención... y así sucesivamente.

Tampoco se trata de bajar las defensas y caer en la ingenuidad (que puede ser tan o más dañina que la prevención), sino de calibrar la desconfianza para hacerla funcional y racional. Estar preparado sin ser paranoico.

Fuente : Internet 
 
 

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