08 de Febrero de 2016- Lunes
Al ofrecer consuelo también lo experimento.
Consuelo
Las situaciones estresantes no siempre son fáciles de manejar. Si atravieso un cambio o una pérdida difícil, mi necesidad más inmediata tal vez sea de consuelo. La fe susurra a mis emociones heridas con un recordatorio tierno: “No estás solo”. Mi mayor fuente de consuelo es siempre Dios.
Mis seres queridos también pueden ofrecerme consuelo con palabras o gestos reconfortantes, y lo acepto con gratitud. Encuentro confort al saber que si busco ayuda, la encontraré. Y, así como recibo consuelo, lo doy. Escucho de corazón, ofrezco una palabra de aliento o un toque tierno. El consuelo sagrado de Dios cobra vida a través de mí. Soy el corazón, la voz y la compasión del Espíritu. Ofrezco mi apoyo libremente y también lo recibo.
Salmo 119:50
“En mi aflicción, ellas son mi consuelo; pues tu palabra me infunde nueva vida”