Siembro la semilla del deseo de mi alma por paz profunda y moradora en el terreno sustentador que es mi corazón. Permito que esas semillas de paz broten y florezcan, convirtiéndose en una esencia afable que se refleja en todo lo que pienso, digo y hago.

Así como el patrón interno de la semilla la hace crecer y expresar lo que es, del mismo modo, mi deseo por la paz me hace crecer en conciencia y expresar armonía por medio de mis pensamientos, palabras y acciones.

Mi corazón es el asiento de mi alma y, desde este lugar, fluye la paz de Dios. Al fomentar y establecer mi bienestar interno, cosecho los frutos de la serenidad. La semilla de la paz crece en mi mente, vida y corazón.