Imagino la experiencia de Jesús: montado en un asno joven, pasando por la entrada de Jerusalén, viendo las ramas de palmeras, sintiendo el amor y la esperanza del pueblo cuando clamaban “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”

Sus seguidores veían en Jesús a alguien que los salvaría de las ataduras del dominio romano. Jesús, abrazando su naturaleza de Cristo, la identidad espiritual que él comparte con todas las personas, aceptó la gran misión de guiar a la humanidad hacia la liberación de toda atadura, de toda limitación, incluso de la muerte.

Sigo el ejemplo de Jesús y, sin miedo, acojo mi naturaleza Crística. La Presencia Divina me dirige por un sendero triunfante de libertad espiritual.