Existen momentos en los que siento que he hecho y dicho todo lo que puedo. Cuando he agotado todas las opciones y todavía me encuentro abatido, puede que me sienta frustrado y solo.

Mas cuando siento que he perdido la esperanza, avivo mi fortaleza mediante la entrega. Dejar ir y dejar que Dios actúe es un acto de confianza y fe. Es la certeza de que aun en mis más oscuros momentos, la presencia de Dios mora en mí y a mi alrededor.

Imagino el abismo entre el dolor de Jesús y la promesa de su resurrección, cuando a sus seguidores solamente les quedó la fe para sostenerlos. Durante mis noches más largas, acudo a la fe que ellos demostraron. Acepto la oscuridad y me preparo para dar la bienvenida al amanecer.