Las experiencias que me sacan fuera de mi zona de comodidad son parte de la vida. El primer día de clases, comenzar un empleo, una nueva relación personal, retirarme, el fallecimiento de un ser querido; todo cambio puede evocar tristeza, incluso duelo. Me angustio cuando pienso que el cambio implica pérdida: de seguridad, de mi lugar en la comunidad, de amor. El Cristo, la presencia divina de vida, amor y sabiduría en mí, es mi fuente constante de consuelo a lo largo de los cambios de la vida.

Tengo la certeza de que, aunque las expresiones físicas puedan cambiar, la vida es eterna. Reconozco mi amor y unidad con todos mis seres queridos. Al recordar mi verdadera naturaleza divina, sé que no hay pérdida, cambio o circunstancia que pueda limitarme, y siento consuelo.