Si alguna vez me sintiera indeciso acerca de qué camino seguir o temiera tomar la decisión errada, recuerdo centrar mi atención y confianza en la presencia del Cristo en mí. Sigo su guía. Cuando deseo saber qué paso dar, hago una pausa para orar. Me sereno respirando profunda y sosegadamente. Si la preocupación o el estrés surge, trato el sentimiento con comprensión y compasión.

Acudo a la guía Divina que siempre está en mí. Pronto, ideas nuevas y frescas llegan a mi mente. Visualizo el sendero ante mí, e imagino cómo mis pasos me llevan exactamente a donde necesito ir. Desde este espacio, prosigo con una confianza nueva y firme.

Siento gratitud por el Espíritu divino que me guía a lo largo del sendero.