La fiebre
La fiebre es una elevación regulada de la temperatura corporal. El centro regulador se encuentra en una zona especifica cerebro (en termostato del área preóptica del hipotálamo).
un niño normalmente vestido y un ambiente térmico adecuado, se considera fiebre a una temperatura rectal superior a 38 grados centígrados.
¿Por qué se produce?
Una serie de microorganismos infecciosos, como bacterias y virus, y otras sustancias como complejos antígeno-anticuerpo, actúan como elementos externos causantes de fiebre, éstos estimulan los leucocitos fagocitarios que producen a su vez sustancias internas causantes de fiebre (interleucina 1), que desencadenan una proliferación de celulas llamadas linfocitos como parte del proceso inflamatorio, y actúa, además, sobre las zonas termorreguladoras del sistema nervioso central, tal vez estimulando la producción de unas sustancias llamadas prostaglandinas de la serie E, modificándose la temperatura corporal.
Cuando el termostato se reajusta a una temperatura más elevada, se siente frio de pronto, se tirita, aumenta el metabolismo y el consumo de oxígeno. Paralelamente al desarrollo de estos cambios, aumenta la temperatura corporal, en general sin llegar a niveles peligrosos para el organismo, y rara vez la fiebre alcanza valores de hipertermia (41.7 grados centígrados).
Cómo actuar
Se han creado escalas de observación cuantitativas, que intentan objetivar la gravedad asociada a la fiebre en enfermedades agudas, basadas en las seis variables siguientes: 1) Calidad del llanto; 2) Reacción a la estimulación; 3) Variación a la situación o estado; 4) Color de la piel y mucosas; 5) Estado de hidratación; y 6) Respuesta a propuestas o gestos sociales.
Hay casos en los que la respuesta de la familia y, por supuesto la del médico, debe ser rápida: cuando un niño con fiebre muestra lo que se llama un "aspecto tóxico" que consiste en la presencia de llanto débil o quejoso, escasa o nula respuesta a estímulos, estado somnoliento con desconexión ambiental, palidez, piel azulada o manchas rojas, piel pastosa con signo del pliegue, mucosas secas, ojos hundidos con cercos periorbitarios, cara inespresiva), pues es muy probable que sufra una infección gravísima. Estos niños deben ingresar en el hospital.
Tras una correcta anamnesis y exploración clínica sistemática, es obligado hacer una analítica donde se pide un hemograma completo, hemocultivo y estado del sistema de coagulación, una radiografía de tórax, análisis de orina y punción lumbar para análisis bioquímico, citológico y microbiológico del líquido cefalorraquídeo, gasometría y equilibrio ácido-base, y una bioquímica básica sanguínea (glucemia, ionograma sérico, uremia, etc).
Está indicado iniciar un tratamiento con antibióticos de amplio espectro via intravenosa, elegida en función de la edad y según se sospeche la causa por la clínica (ampicilina, gentamicina, cefotaxima, etc..) hasta obtener los cultivos microbianos positivos o negativos después de 48-72 horas.
En qué niños puede ser un signo de alarma
Hemos de prestar especial atención a lactantes de menos de 3 meses de edad. La inmadurez de su sistema inmune les sitúa en ser propensos a padecer infecciones graves. Las manifestaciones clínicas son sutiles. Incluso el termostato hipotalámico responde irregularmente a las sustancias internas que causan fiebre.
Si hay fiebre, lo primero es pensar en la probabilidad de infección. Si el niño rechaza el alimento y hay manifestaciones gastroentéricas es necesaria una respuesta inmediata. Tan es así, que en los niños de esta edad, la medida más prudente es descartar una infección generalizada (una sepsis), sobre todo si es un neonato (primer mes de vida).
Ante la menor duda, y puestos en marcha los exámenes complementarios indicados para el diagnóstico de la causa, prescribir antibioticos de amplio espectro, aún con detractores, sería una medida afortunada, siempre que la protección abarque varios gérmenes (gérmenas entéricos gram-negativos, estreptococos del grupo B y Listeria).
Consulte a su médico.
Fuente : Pulevasalud