El Ajo
El ajo se emplea desde la antigüedad no sólo como condimento crudo o cocido, sino como antiséptico contra diversas enfermedades dada la falta de higiene de esas épocas. Herodoto nos habla de una inscripción en la Gran Pirámide en la cual se dice que se suministraban grandes cantidades de ajos a los trabajadores como estimulante muscular y que estos comían también sus tallos.
Precisamente, los obreros emprendieron una huelga porque se les suprimió el suministro cotidiano de ajos, pues pensaban que esos bulbos eran esenciales para darles fuerza y resistir el cansancio en aquel trabajo tan extenuante y monumental de la construcción de la Gran Pirámide de Gizeh.
El ajo se empleaba para enfermedades respiratorias, enfermedades de la piel, en el tratamiento de parásitos intestinales, contra los ácaros y para la lepra. La utilización del ajo se describe como el medio más seguro para prevenir plagas y epidemias de todo tipo.
Aristóteles, el gran filósofo, médico y naturalista, llegó a decir de los ajos que “es una cura para la hidrofobia y un tónico laxante pero malo para los ojos”. Hipócrates lo consideró como un sudorífero al estimular la transpiración y también como laxante y diurético.
Los grandes pueblos navegantes de la antigüedad, fenicios y cartagineses, creían ardientemente en las dietas a base de ajos, consumiéndolos constantemente en sus viajes.
Lo mismo sucedió en la Edad Media en con los pueblos escandinavos. Aunque de todos los países europeos donde más se aprecia el ajo es en Gran Bretaña, donde se cree que fue introducido por los romanos durante la ocupación de Britania.
Propiedades curativas
El mejor terreno para cultivar el ajo es el arcilloso silíceo, bastante seco y bien soleado. Los mejores meses para la siembra son de noviembre a marzo, y para recogerlo de junio a julio. Los dientes de ajo producen un tallo único que cuando amarillea, después de los meses de julio y agosto, hay que dejarlo morir. Son abundantes las sales minerales ( zinc y magnesio) así como las vitaminas C, A, B1, B2, PP y E. También contiene de 1 a 2 por ciento de celulosa.
El ajo tomado en grandes cantidades, al menos una cabeza por comida, cuidadosamente ensalivado y masticado ( si se soporta masticarlo) excita el apetito, fomenta las secreciones gástricas y la motricidad de las paredes intestinales y estomacales favoreciendo la digestión y, sobre todo, destruye las fermentaciones intestinales y los gases.
Todos los granos, irritaciones o inflamaciones de la piel, de las mucosas bucales, anales, conjuntivitis, etc., se curan terminantemente si se esteriliza bien la sangre. Y esto se consigue precisamente con una intensa cura de ajos; es decir, tomando durante varios meses una cabeza de ajo por comida.
Todas las enfermedades causadas por un estado de intoxicación de la sangre y sobre todo la arteriosclerosis, que es la causa originaria de la enfermedad tromboembólica que produce todo tipo de obstrucción de los vasos que irrigan el órgano, pueden y deben ser tratados con una cura de ajos, con lo cual se evita suministrar anticoagulantes.
Por último, el ajo también cura afecciones del sistema genital –urinario, tales como los cálculos de riñón y la arenilla renal. En la mujer cura los trastornos menstruales, la frigidez o las afecciones crónicas de los órganos genitales.
Si todas las hierbas y vegetales formaran parte de una dieta normal de las personas y se emplearan con finalidades preventivas y fomentando la resistencia y la inmunidad natural a la enfermedad, como se hacía en otros tiempos, la humanidad gozaría de mejor salud.
Fuente : Buscasalud