Vencer la soledad es posible
La soledad, salvo excepciones, es una experiencia indeseada similar a la depresión y la ansiedad. Es distinta del aislamiento social, y refleja una percepción del individuo respecto a su red de relaciones sociales, bien porque esta red es escasa o porque la relación es insatisfactoria o demasiado superficial. Se distingue dos tipos de soledad: la emocional, o ausencia de una relación intensa con otra persona que nos produzca satisfacción y seguridad, y la social, que supone la no pertenencia a un grupo que ayude al individuo a compartir intereses y preocupaciones. Parece, por otro lado, que la soledad está relacionada con la capacidad de las personas para manifestar sus sentimientos y opiniones.
En cualquier reunión es común escuchar tanto a los hombres como a las mujeres lo difícil que es encontrar pareja. Pero no se trata sólo de hallar el alma gemela, desarrollar amistades y vínculos, también se vuelve complicado. El resultado es una sociedad formada por personas cada vez más solas, aisladas y, lo que es peor, menos solidarias.
Todos estamos preparados para relacionarnos y formar vínculos con otras personas. Por eso, aunque sea demoledora, la soledad es un sentimiento que se puede superar. Estar solo no es nada fácil. Para empezar, quienes después de los 30 años todavía no han formado una pareja ya están rodeados de varios mitos como, por ejemplo: “por algo será”, “¿no será que sos muy exigente?” etc.
Por otro lado, la sociedad ha diseñado espacio para los jovenes, los adolescentes, las parejas, las familias, los ancianos, pero no para quienes están solos. Entonces, quienes no encajan en los casilleros anteriores no cuentan con lugares de encuentro. A todos estos factores se suma el hecho de que transitamos por una época de relaciones livianas, pasajeras, en la que cada día es más difícil establecer vínculos afectivos profundos, encontrarse y escucharse con otras personas. Son años marcados por la superficialidad, las modas y la importancia de la belleza exterior.
La consecuencia es una sociedad formada por personas más aisladas, desconfiadas y con menores esperanzas de poder acercarse a los demás, ya sea como pareja o como amigo. Lo cierto es que el aislamiento es perjudicial: las personas solas se enferman más, se mueren más rápido, tienen menores posibilidades de revertir enfermedades y son más vulnerables a las adicciones.
Antes de dessitir en que ya no hay caso para mejorar su soledad hay que hacer un ultimo esfuerzo e intentar algunas salidas.
Las verdades que están dentro
Un buen comienzo sería, pensar qué estamos haciendo para revertir la soledad. El protagonismo que tenemos en nuestras propias vidas es innegable y, por eso, no siempre el destino es completamente responsable de todo lo que nos sucede.
Es necesario comenzar a utilizar el ojo crítico, o sea, no adherir con los modelos de pareja, de belleza, o de amistad que intenta imponer la sociedad si no tienen que ver con los nuestros. Si la superficialidad fuera buena para el ser humano, las personas no padecerían de la soledad que padecen.
Por eso, nada mejor que pensar que la vida es una película, en la que una dirige, elige los personajes y escribe un guión que, por supuesto, debe quedar sujeto a posibles cambios. A pesar de las características personales o de las malas experiencias que hayamos pasado, es posible volver a unirse a otras personas. Además, esa capacidad está mucho más a flor de piel de lo que nosotros pensamos. Es cuestión de comenzar a ejercitarla de a poco, con quienes nos rodean o, tal vez, buscando ambientes completamente desconocidos. Lo importante es animarse.
Siempre hay una salida
No existen fórmulas mágicas para vencer la soledad, pero sí algunas pautas para comenzar un trabajo personal, que exige esfuerzo y entrega:
-Perder el miedo y apostar a las relaciones profundas y solidarias.
-Formar una pareja no es la garantía de que nunca más se va a sentir sola.
-No hace falta estar todo el tiempo acompañada. Siempre es bueno conservar un espacio de soledad personal: ése en el que uno puede mirarse, observarse o darse un consejo antes de tomar una decisión.
-Evaluar qué es mejor: utilizar el tiempo libre en animarme a crear nuevas relaciones o tener un montón de tiempo libre porque estoy sola.
-Siempre hay alguien dispuesto a escuchar lo que tenemos para decir. Hay que saber elegirlo.
-Dejar de lado los estereotipos acerca de qué edad, qué trabajo o qué aspecto debe tener la persona ideal. Alguien completamente opuesto nos puede sorprender.
-Buscar espacios de calidad y calidez.
-Para mucha gente, la soledad de los demás es un negocio y se especula con la desesperación de la gente.
-Los mitos que existen alrededor de una persona sola son nada más que eso: mitos.
-Ser conscientes de que algunas decisiones nos pueden enfrentar a lo que está establecido socialmente.
-Evaluar qué nos puede hacer más felices: cumplir con un plan de vida o con un mandato social.
-Ser fiel a uno mismo.
-Preguntarse qué hago yo para que mi vida sea como quiero.
¿Hasta cuándo sola?
Es la pregunta que deben escuchar miles de veces las mujeres que, después de los 25 años, todavía no han formado una familia. El cuestionamiento, que puede resultar tan sencillo como molesto, es más profundo de lo que parece. Desde que el mundo es mundo las mujeres tienen la posibilidad de procrear y, por ende, de garantizar la continuidad de la raza humana. A pesar de la liberación femenina, que cobró impulso en la década del 60, y del avance de la mujer en todos los campos sociales, la presión que se ejerce sobre quienes están solas tiene que ver con que la sociedad necesita estar segura de que la especie no se va a extinguir. Por eso, las exigencias de formar pareja son mayores sobre las mujeres que sobre los hombres.
Sensibilidad femenina
Los especialistas aseguran que son las mujeres quienes más se animan a reconocer sentimientos de soledad. No es que los hombres no se sientan solos. Lo que sucede es que -socialmente- las mujeres están más preparadas para expresar emociones.
Defender una elección
Hace unos años, las mujeres que no se habían casado después de los 30 ya eran consideradas como solteronas. Esta sentencia se debía a que las edades establecidas para cumplir con distintas etapas de la vida eran muy rígidas pero, además, el promedio de vida de las personas era menor que el de hoy en día.
La soledad es una situación que hemos de aspirar a convertir en transitoria y que conviene percibir como no forzosamente traumática. Podemos mutarla en momento de reflexión, de conocernos a fondo y de encontrarnos sinceramente con nuestra propia identidad. Hay un tiempo para comunicarnos con los demás y otro (que necesita de la soledad) para establecer contacto con lo más profundo de nosotros mismos. Hemos de "hablar" con nuestros miedos, no podemos ignorarlos ni quedarnos bloqueados por ellos. Es conveniente que, en ocasiones, optemos por la soledad. En suma, equilibremos los momentos en que nos expresamos y atendemos a otros, y los que dedicamos a pensar, en soledad, en nuestras propias cosas.
Ahora es posible que una persona decida no casarse, porque no encontró a la persona adecuada o porque prefiere apostar al desarrollo laboral. En algunos casos, el costo es enfrentarse a algún sector de la sociedad o, incluso, a sus seres más queridos. Pero si la elección es personal, vale la pena defenderla.
Fuente : www.mia.uolsinectis.com.ar