¿A quiénes imitamos?
Señalar a los próceres de la patria como paradigma a seguir no es suficiente para que la gente los reproduzca. Los ‘buenos ejemplos’ no son imitables, no hay una tendencia innata a considerarlos mejores que los ‘malos ejemplos’ entre otras cosas, porque los primeros suelen ser más aburridos para los jóvenes que los segundos (comparen al Pájaro Loco con Caperucita Roja).
A finales de los años sesenta, un sicólogo llamado Albert Bandura demostró experimentalmente que las personas no solamente aprenden por ensayo y error sino por observación. Es decir, no había que meter la pata personalmente para darse cuenta de la equivocación, bastaba con ver lo que le pasaba a alguien, las consecuencias que obtenía el modelo observado por comportarse de tal o cual manera, para que los niños o adultos observadores cambiaran, inhibieran o aprendieran algún tipo de comportamiento.
Esos estudios, más tarde ampliados a distintas áreas y confirmados en diversos medios y culturas, no hacían otra cosa que confirmar la ya sospechada importancia del ‘ejemplo’ y el modelamiento en la conformación de la conducta humana. Sin embargo, en oposición a los criterios pedagógicos tradicionales, lo que Bandura mostró es que el proceso de imitación no era tan mecánico como se creía.
En mi juventud, allá en Argentina, había que elegir entre San Martín y Los Beatles o Domingo Faustino Sarmiento y Jimmy Hendrix. Por ejemplo, uno de los argumentos de los profesores para resaltar el valor ejemplar de Sarmiento era que nunca había faltado a clase y que incluso, en cierta ocasión, cuando se desató una formidable tempestad, fue el único alumno que asistió al colegio. Para nosotros, el insigne hombre no era más que un curioso personaje que sufría de adicción al estudio: el ‘sapo’ o el nerd.
El aprendizaje por observación depende de muchas variables, pero hay una que vale la pena resaltar: el prestigio del modelo, es decir, qué tanto es admirado por el observador. Y no hablo de admiración teórica (la aceptación kantiana de lo que sería conveniente de acuerdo con la teoría del deber) sino de reconocimiento visceral, la fascinación que genera el héroe personal en el cual nos proyectamos.
Los y las fans veneran a sus ídolos, los aman. ¿Alguien lo duda? Para muchos niños, Shakira y Harry Potter, (ella por linda y exitosa, y él por ser un Indiana Jones en miniatura versión Nueva Era) se han convertido en amores idealizados: les duele su dolor y viven sus triunfos como propios, se reflejan en ellos, se mimetizan. Algunos cambiarían, sin dudarlo, el amor de sus padres por el de sus iconos.
Pero también es cierto que cuando el modelo respetado (imitable) decepciona por alguna razón fundamental, el proceso de imitación se invierte: si antes quería parecerme a él o ella, ahora quiero ser exactamente lo contrario. Un modelo desprestigiado, además de repudio, genera en sus seguidores un aprendizaje por compensación: parecerme lo menos posible.
¿A qué persona imitamos?: a la que envidiamos, a la que respetamos, a la que admiramos y a quien represente mejor nuestros intereses y fantasías. ¿A quién no queremos imitar?: al que nos produce dolor y desengaño. Aprendizaje por observación, más bien, aprendizaje del corazón. El afecto decide.
Fuente : Diario El País