Desocupación y enfermedad

Desocupación y enfermedad   Especialistas en psico-inmunología vienen advirtiendo desde hace tiempo del grave impacto que tienen los problemas anímicos sobre el sistema inmunológico. El estrés, la caída de la autoestima, o problemas puntuales que deterioran el estado psíquico de la persona, pueden ser la causa de una baja en las defensas del organismo y, por lo tanto, propiciar diversas patologías.

Entre las situaciones capaces de tener tales impactos sobre la vida del hombre actual, la desocupación parece cobrar cada vez más importancia.

Procesos socioeconómicos como el de la globalización, la concentración económica y la mecano-robotización de la industria, han producido en todo el mundo, y especialmente en los países menos desarrollados, una creciente falta de trabajo. Extensos grupos sociales padecen al principio del presente milenio de una desocupación que es, a todas luces, el resultado lógico de un sistema socioeconómico que se acentúa cada vez más.

Para esta desocupación, que podríamos llamar "sistémica", no se ven posibles soluciones al menos en este esquema internacional de distribución de las riquezas.

De por sí, la falta de empleo genera un deterioro sanitario por cuestiones económicas y de organización social. Menos familias con cobertura sanitaria; menor capacidad adquisitiva que repercute en un deterioro de alimentación; menor escolaridad y por lo tanto imposibilidad de asimilar conceptos sanitarios como la prevención, etc.

La sociedad cuenta con procesos capaces de contrarrestar situaciones de menoscabo de algunos de sus integrantes, pero cuando su número es demasiado alto, esos sistemas solidarios colapsan y su resultado es un crecimiento de grupos con menores posibilidades de alcanzar bienestar.

Impacto personal y social

Según los especialistas, la desocupación actual está produciendo consecuencias negativas sobre las que no teníamos hasta hace poco tiempo suficiente información. "Por una parte, se comienza a saber cómo repercute de manera diferencial según género, demostrando que entre los hombres es mayor el riesgo de padecer consecuencias orgánicas y tensionales que en las mujeres. O que entre los jóvenes las consecuencias se expresan en cambios en hábitos de vida, adicciones, debilitamiento de los vínculos sociales y familiares más que en trastornos orgánicos.

En los últimos años, diversos autores han hablado de cómo la desocupación genera un abanico de reacciones que van desde los cambios posturales hasta los sentimientos de rechazo, hostilidad y hasta estigmatización. Pero los efectos nocivos de la falta de trabajo no afectan sólo a los desocupados, sino que deterioran la convivencia social en su conjunto.

La desocupación prolongada, además de producir enfermedades o malestar, debilita los mecanismos sociales y personales de producción de salud. Con independencia de lo que se haga desde los servicios de salud, las familias, los grupos sociales y las personas realizan cotidianamente mucho por su propia salud. Su estado anímico, su confianza, la forma de convivencia con los demás, son formas de construir salud que terminan reflejándose en los indicadores de morbilidad y mortalidad, pero que tienen una expresión independiente en el bienestar de esa sociedad.

La desocupación puede contarse, en consecuencia, como un auténtico "mal de la época", y los sistemas políticos no deberían aislar a este fenómeno de otros procesos como el de generación de servicios de salud pública.

Fuente : Latinsalud.com 
 

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