Abrir la mente

Nada es fácil   La mente es un sistema cerrado sobre sí mismo que tiende a autoperpetuarse. No es sorda ciega o muda, sino que “se hace”. Vivimos enfrascados en nosotros mismos, anclados en la tradición, a lo viejo más que a lo nuevo, a lo que nos es familiar u reconocible. La novedad espanta o crea desconfianza, lo antiguo, así sea rancio y obsoleto, se nos representa como una base confiable y segura.

La mente cerrada es peligrosa porque nos impide crecer en cualquier sentido. Mata el asombro, entierra la sorpresa y exalta lo previsible a expensas de la oscuridad.

Aunque se verdad que una mente abierta de par en par, si criterios de selección, pueda resultar dañina, también es cierto que la paralización informacional genera un efecto similar al del agua estancada: la descomposición. La contaminación mental termina afectando toda la estructura.

Abrir la mente es dejarse es dejarse tocar por la vida y los acontecimientos humanos. Es mezclarse con los demás hasta sentir el sudor ajeno, enredarse en algún amor tenebroso y salir triunfante, agotarse y resucitar a cada fatiga, es meterse de lleno a la faena de existir por existir, porque aquí importa el sentido de la piel más que el de la trascendencia. Interesa la miraba que no sentimos, pese a la insistencia.

Abrirse al juego que ya no jugamos, a lo que no entendemos, a lo que es distinto aunque termine siendo igual. Abrir la mente es cuestionar lo que nos venga en gana, inquirir, esculcar como un ratón obsesivo.

Es activar el “por qué” insoportable y a la vez inquietante de los niños. Es bajar los humos y avivar el incendio de alguna pasión que ya comenzó a hacernos cosquillas. Abrirse, en definitiva, es llorar de risa sin motivo, y también cerrarse al dolor inútil.

El mismo peinado, la misma comida, el mismo trabajo, el mismo barrio, los mismos amigos, la misma idiosincrasia, las mismas preguntas son contestar, el mismo miedo, los mismos recuerdos, el mismo futuro... Quietos, pegados a la rutina de un pensamiento cada vez más adormecido.

Me encontré con un amigo que vive en Centroamérica y a quien no veía hace diez años. Aunque estaba más gordo su ojos eran idénticos, me refiero a la expresión que proviene del silencio que está detrás de quien nos mira. No había nada nuevo, ni un temblor de alma.

Cuando le conté de mis cambios de vida, me observó con asombro (al menos le produje eso) y dijo con preocupación: “Caramba, veo que sigues igual de inestable, ¿ cuando vas a sentar cabeza ?”.

¿ Sentar cabeza, clavarse de bruces, entregarse al hábito de un oscuro monje medieval, hacer a un lado las dudas, aferrarse a cualquier certeza, durar en vez de ser?: me niego.

Y es que “ser” es mucho más que vegetar, es personalizar. Es decir, ser auténticamente uno. Ser, es dejar el rastro singular e identificable de la propia marca. Existir un grado superlativo y abrirse como una flor para que el mundo nos atraviese como una espalda amigable.

 
Fuente : Comentarios sobre el vivir

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