El aprendizaje y sus trastornos
Cuando pensamos en el aprendizaje, en el niño que aprende y en el niño que no aprende, generalmente nos ubicamos dentro de la estructura escolar, dejando de lado todos los aprendizajes previos y posteriores a nuestra inserción en una estructura educativa. Es que el aprendizaje debemos entenderlo como un proceso que dura toda la vida, ya que todas las situaciones de la vida facilitan nuevos aprendizajes.
Mediante este proceso se construye la inteligencia, con sus estilos, capacidades e individualidades.
Podemos definir la inteligencia como la capacidad del hombre para organizar soluciones a situaciones nuevas, entonces podemos definir el aprendizaje como un proceso interno de descubrimiento propio, como una actividad social, activa y con motivación propia. Ya desde las primeras acciones de un bebé, podemos entender el aprendizaje como una construcción activa a través de la cual ese bebé, luego niño-y sujeto, se modifica a sí mismo y transforma el mundo que lo rodea.
Por eso considero el aprendizaje como potenciador del desarrollo: sin aprendizaje no hay desarrollo, por lo tanto cuando hablamos de un trastorno de aprendizaje, aludimos a un trastorno del desarrollo.
Equiparando los términos de desarrollo y aprendizaje, se puede entender porqué ciertos niños no aprenden, asociando la situación de aprendizaje al displacer y al sufrimiento.
Sin embargo, para conocer y crear es necesario amar y disfrutar la relación con el objeto de aprendizaje. Y esto sólo se da cuando se crea un compromiso afectivo de significados y cuando el niño construye conocimientos significativos para él.
La relación personal y pasional que se traduce en el juego infantil, da cuenta del placer con que el contacto con los objetos de la realidad externa, actúa como eje del proceso de pensamiento. El otro, el interlocutor y eje de la comunicación, es la matriz de la situación de aprendizaje.
Aprender es transformar el conflicto en posibilidad. Significa atreverse a conocer algo nuevo. Pero para atreverse hay que alejarse de lo conocido y seguro.
Para que haya aprendizaje no basta con tragar contenidos, sino que es necesaria la digestión y metabolización de los conocimientos.
Hay que poder despedirse y perder para dar la bienvenida y ganar. Perder es dejar partir lo anterior e infantil para ir creciendo, ganando y aprendiendo nuevos conocimientos, nuevas etapas, nuevos deseos.
Aprender es dar significado a algo nuevo o resignificar algo que ya teníamos. Por eso, en toda situación de aprendizaje, la motivación tiene que estar lo suficientemente lejos del niño para desequilibrarlo y lo suficientemente cerca para que pueda incorporarla como significativa en su proceso de desarrollo.
¿Cuál será entonces la función del adulto en relación a un niño que aprende?
Ayudarlo a reconstruir significativamente lo que ya ha sido construido por otros, ejercer de andamiaje sobre el niño para que él pueda construir sus conocimientos.
Así como la madre hace de amarre respondiendo con su mirada a la mirada de su bebé, la relación adulto-niño en un proceso de aprendizaje debe asentarse como un acto creativo, posibilitando un intercambio placentero para ambos.
Teniendo en cuenta la capacidad del niño de acuerdo con la fase del desarrollo en que se encuentra y respetando el ordenamiento madurativo y sus motivaciones e intereses, podremos ubicarnos como guías y tutores de ese proceso, acompañándolo en su camino de la dependencia a la autonomía, tarea que resulta fundamental para la prevención de los trastornos del aprendizaje.
Aprender es transformar el conflicto en posibilidad. Significa atreverse a conocer algo nuevo. Pero para atreverse hay que alejarse de lo conocido y seguro.
Fuente : Campodepsicologia/Ana Maria Segade